CULTURA
19 de enero de 2025
Sobre “Emilia Pérez”: ¿podemos equilibrar el mal ocasionado haciendo luego el bien?

La película de Jacques Audiard, potencial candidata al Oscar, plantea una reflexión sobre justicia y moralidad que abona el terreno para un análisis filosófico sobre ética, conciencia y responsabilidad
>Si hemos llevado a cabo unas cuantas acciones malas, pero después las hemos compensado con otras tantas acciones buenas, ¿nuestra balanza de la justicia está equilibrada? ¿Se pueden compensar el bien y el mal?
Esta cuestión, evidentemente, no se la planteamos a un animal que actúa exclusivamente por instinto, pues no tiene opción de elegir. La capacidad de razonar no es solo poder solucionar problemas de matemáticas, sino también, como nos hizo saber Aristóteles, la facultad para elegir bien entre las alternativas que tenemos. Es decir, no es únicamente un asunto teórico, sino también práctico.
Entre otras cosas, la película nos propone participar del examen de conciencia de Emilia, introducirnos en la mente en la que se está celebrando el juicio. Desde nuestra posición, podemos situarnos con ella, en el banquillo de los acusados, asumiendo la culpa. Pero también podemos ejercer de abogado defensor de las víctimas, de jurado, de juez o incluso de verdugo.
La ética es la rama de la filosofía que estudia estos problemas. De acuerdo con su etimología, ethos, remite a carácter. Según Aristóteles, lo que vamos haciendo, las acciones que elegimos llevar a cabo, configuran nuestra personalidad. Por eso es muy importante en todo momento usar la razón para pensar qué hacer y evitar que nos pase lo que le sucedió a Emilia cuando era Manitas.
Hemos de cambiar nuestro rol y convertirnos en jueces. La pelota está en nuestro tejado. Si antes era Emilia quien portaba su propia balanza de la justicia, ahora somos nosotros quienes hemos de decidir. Cada uno tendrá su opinión, de ahí el intenso debate que ha generado la película. Pero, en cambio, sabemos que la justicia debe tender hacia la objetividad, para que las sentencias no dependan de creencias personales o de intereses particulares.
El símbolo de la balanza proviene de un contexto religioso, ya desde el Antiguo Egipto. Los dioses dictaminan: bien o mal, inmortalidad o mortalidad, cielo o infierno… Para evitar su arbitrariedad, secularizamos la balanza, la humanizamos. Los ojos de la mujer que la sostiene, al contrario que el Dios que todo lo ve, están cubiertos por una venda: el objetivo es ese que apuntábamos líneas arriba: la objetividad.
En este punto se abre una brecha entre el derecho y la filosofía. El derecho establece plazos precisos para la prescripción de los delitos, dependiendo de su gravedad. Por ejemplo, en España, si han pasado más de veinte años desde que cometió un asesinato, su autor ya no podrá ser declarado culpable.
Busquemos argumentos filosóficos a favor de cada uno de los dos veredictos posibles: culpable o inocente. En el primer caso, si dictaminamos que Emilia sigue siendo culpable por los actos que realizó, a pesar de todas las buenas obras posteriores, alegaríamos que sigue siendo responsable. De acuerdo con el filósofo Emmanuel Lévinas, diríamos que no se hizo cargo de las consecuencias de sus actos, no consideró a las víctimas como iguales ni aceptó su diferencia radical. De hecho, Kant se posicionaría diciendo que las utilizó como meros medios para conseguir su fin: el poder.
Para la segunda opción, la sentencia absolutoria, podemos hacer escala en la filosofía existencialista y libertaria de Jean Paul Sartre. Aquí, siempre sin olvidar el dolor de las víctimas, se hace prevalecer la libertad de elegir y de seguir eligiendo… hacer el bien. Por ello, alegaríamos que Emilia no podría realizar obras buenas si la encerrásemos en una celda, luego serviría de poco su aislamiento. Al contrario, parece que para el mundo sería mucho mejor que continuase libre, desplegando su nuevo proyecto vital para poder seguir haciendo el bien… asumiendo el riesgo de que podría volver a hacer el mal.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
* Profesor de filosofía en la Universidad de La Rioja, España.