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29 de octubre de 2024

La terrible confesión de una madre a su hijo de 52 años: “No te aborté porque el médico me dijo que mi vida corría peligro”

Alfredo nunca le dijo mamá a su mamá: para él siempre fue “la vieja” o Gloria. La describe como una mujer “rara, distante y distinta”, que huía tanto de los conflictos como de las muestras de cariño. Era ya un adulto en busca de una familia con la que envejecer cuando la enfrentó en busca de respuestas tardías. La confesión de una madre y el trabajo de sanación de un hijo no deseado

>El día que el comerciante cordobés Alfredo M. (52) empezó a “constelar” (la disciplina donde se trabajan y actúan relaciones familiares para descubrir cómo estas afectan nuestras conductas y emociones) lo hizo simplemente como una táctica de seducción. La mujer con la que estaba saliendo, María José, le había pedido que la acompañara. Él, sin tener la menor idea de lo que se trataba esa actividad, le dijo que sí. Quería mostrarse abierto a todo. Alfredo tenía 45 años y lo que se desató a partir de esta práctica lo golpeó psicológicamente y lo sigue sacudiendo hasta el presente.

 

Cuando a las cinco de la tarde pasó a buscar en su auto a María José solo cavilaba en cómo decirle lo enganchado que estaba con ella. Alfredo estaba divorciado desde hacía cinco años y no tenía hijos. María José era madre de dos preadolescentes y había atravesado una separación bastante traumática.

Esa tarde iba pensando justo en todo eso y en lo solitaria que habían sido su infancia y su adolescencia con esos padres callados y tan ocupados.

Empezaron las constelaciones y a él, que no sabía ni dónde ponerse, le encajaron varios papeles en cada una. Hizo de padre, de hijo, de hermano, de marido, de abuelo. Después de que constelaron todas las presentes Camila le propuso, en forma de agradecimiento por su colaboración, que constelara él.

No se animó a decir que no. No podía ser tan cerrado. Después de todo era algo lúdico y a María José le iba a gustar que él participara en la experiencia.

 

-No, no… Nada que yo sepa, murmuró Alfredo consternado.

-¿Guerras o epidemias devastadoras? Algo tiene que haber pasado, hay muchas muertes. Demasiadas. Tenés que averiguar.

 

Terminó la práctica y se fueron. Alfredo volvió masticando el tema en su cabeza. ¿Qué era eso siniestro de las muertes? María José lo empujó a indagar: no perdería nada con preguntar a su madre o familiares y terminar con la intriga.

La relación con Gloria, su madre, había estado marcada por la frialdad. Ella siempre lo había manejado con sus estados de ánimo y su especial manera de ser. De hecho, Alfredo la llama Vieja o Gloria, jamás le dice mamá.

 

“Es una mujer muy especial. A veces se puede conversar bien con ella; otras, es una tapia a la que no le sacás nada ni a gancho”, relata Alfredo.

 

Una tarde de domingo, en la que él cayó de sorpresa, la encontró tomando algo fresco con sus tías en una mesa muy paquetona en el jardín, llena de cosas ricas. Era su oportunidad y las encaró con cuidado. Corría el año 2016 y Gloria ya tenía por entonces casi 80 años.

Las tres pusieron miradas de sorpresa. “¿¿Muertes y guerra?? No, nada que ver. Viajaban a París o a Londres para pasear. ¿De qué hablás?”.

Tema terminado en menos de 5 minutos.

 

Gloria lo miró con sus ojos de acero. Esta vez, curiosamente, respondió: “¡Claro, eso sí que pasó! Yo aborté once veces. Vos fuiste el bebé número doce”.

En ese momento empezó la verdadera charla entre madre e hijo. Por lo menos para Alfredo.

“Me lo dijo así no más, como yo puedo hablar de fútbol con mis compañeros de trabajo. Ese día me terminó de caer la ficha de que mi vieja no es una mujer normal”. Gloria le contó que desde los 17 años había sido la amante del mejor amigo de su padre, o sea ¡había salido con un amigo del abuelo de Alfredo que era casado y con hijos! Eso, para la época, era una verdadera audacia.

Gloria no le habló a su hijo de amor ni de pasiones prohibidas ni puso excusas. Tampoco dio detalles ni Alfredo los pidió porque, conociendo a su madre, temía que al interrumpirla se engendrara un nuevo silencio. Ella relataba lo que, en las clases altas, se consideraban secretos inconfesables. De eso no se habla, eso no pasó, eso no existió.

Su madre es inescrutable.

Luego de esa breve crónica de su pasado siguió hablando sin demostrar conmoción por lo que revelaba: “Esa relación terminó cuando empecé a salir con otro hombre que también era casado. Era un conocido de la familia que vivía muy cerca. Yo tenía unos 26 años cuando empezamos a vernos. De él me hice tres abortos. No sé si es que no sabía cuidarme o si, en realidad, me resultaba más fácil no hacerlo para después realizar lo necesario para no tenerlos. Recurrí al mismo lugar y al mismo profesional. Las cosas no andaban bien con este hombre, me aburría y un día, en una reunión de unos amigos, conocí a tu padre Santiago. Era soltero y sin compromisos. Nos pusimos de novios enseguida y cuando yo tenía 33 años nos casamos. Al mes estaba embarazada. Ni se lo dije. Fui directo al médico de siempre. Tu padre no me preguntó nada cuando le dije que tenía que hacerme un procedimiento ginecológico. Él nunca preguntaba… Ni yo tampoco decía mucho. Funcionábamos bien y estábamos perfectos sin hijos. La descendencia no era un tema para nosotros. Al año, volví a quedar embarazada y corrí a mi médico. Iba a ser mi aborto número doce. Pero esta vez él se puso muy serio y me marcó un stop. Yo no quería tenerte, pero él me convenció: “Gloria, ya no más. Es muy peligroso para tu salud. Yo no me arriesgo. Este hijo tenelo. Estás casada, ¿cuál es el problema?”. Entonces dudé, le dije que bueno, que podía ser… A la semana siguiente decidí avisarle a Santiago que estábamos esperando un hijo. Él se puso muy contento. Terminé encariñándome con la panza y todo siguió adelante. Por suerte me sentí muy bien durante el embarazo y pude seguir trabajando y haciendo mi vida”.

 

-Entonces… decime bien claro ¿por qué a mí no me abortaste?

Y no habló más.

Sin dudas, el corazón de Gloria era poco cabedor.

Ahí estaba la respuesta a su sentimiento de soledad. Alfredo no podía creer lo que escuchaba de boca de su propia madre sin que ella pestañeara. Nunca habían hablado de su posición frente al aborto, ella nunca había sido una persona religiosa y jamás tocaba temas espinosos. Alfredo, de joven, pensaba que era bueno tener una madre que fuera cero chismosa y que no tomara una posición radical frente a nada. Era rara, distante y distinta al resto de las mujeres que conocía. “Madre, lo que se dice una madre cariñosa, dedicada y preocupada por mí, no era”, reconoce Alfredo, “Siempre tenía la impresión de que tenía que ganarme su cariño, su atención. Sentía que ella podía volarse con el viento y desaparecer sin rastro sin problemas en cualquier momento. Que nada de lo que me pasara la afectaba demasiado. No la sentía como una madre incondicional como veía a las de mis otros amigos del colegio. Siempre había tenido un poco de envidia por esa madres besuconas, mal vistas por la mía claro, y malcriadoras. Pero ahora, con esa confesión, sentía que tenía delante de mí a una persona enferma, a un monstruo o a una pobre mujer… no lo sé realmente. No puedo definirla”.

Puede resultar paradojal, pero Alfredo, quien tanto sufría la soledad, no tuvo hijos con su primera pareja. Su novia María José quedó impactada con el relato que él le hizo de la charla con su madre. Lo vio angustiado e intentó ayudarlo. Le aconsejó hacer terapia cuanto antes porque eso podía ayudarlo a rumiar su dolor.

Nadie supo nunca de los abortos ni de la clínica clandestina a la que Gloria acudía como paciente frecuente. Nadie sospechó lo que la tranquila Gloria había hecho.

“Se me cruzan mil cosas. Pienso que si el médico abortista no le hubiera dicho de tenerme, yo no habría llegado a este mundo. Pienso en todos los hermanos que tendría. ¡Uno al menos! El que tendría que haber nacido antes que yo y que también era hijo de mi padre. No sé me ocurre cómo llamarlo. Me gustaría que tuviese un nombre… También reflexiono sobre cuánto conocía mi viejo a mi vieja. Porque ella le ocultó todo. Lo llenó de cuentos que evidentemente él se tragaba. Mi padre era un pan de dios y siempre decía que le gustaban las familias grandes como si lamentara de alguna manera que fuéramos solamente tres. Qué se yo… Hay cosas que ya nunca podré saber y tengo miedo de seguir preguntando”.

Ya no intenta prolongar los abrazos con Gloria, los siente un poco falsos. La quiere y le teme. Teme el daño que su ajenidad le hace cada vez que intenta acercarse. A Alfredo se le mezcla la rabia con la angustia, pero no se anima a hacerle frente. Sabe que a ella nada la conmueve y que discutir no conducirá a ningún lado.

* Los nombres de los protagonistas han sido cambiados para proteger su identidad y las fotos son ilustrativas.

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